
Con negros escupitajos
Ahuyentas tu melancolía
Andino que subes lento
Las montañas de tu vida
Alí Primera, Canción del Tiple.
A la viejita Isabelina le encantaba armar la algarabía cuando de armar el pesebre se trataba. Nos mandaba muy temprano a buscar las flores más hermosas para decorarlo, íbamos lentos por las montañas esperando que los tempraneros rayos del sol nos calentaran. Adornar el pesebre era lo mío, me gustaba darle nombres a las ovejas y a los pastorcitos, dibujar un río como el que pasaba frente a nuestra casa, alumbrar con velas las montañitas que armaba con mis propias manos, colocar a María y a San José jugando a ser cómplices de un secreto muy importante. A mí me dejaban colocar al Niño Jesús el 25 a la medianoche (aunque yo sabía que el verdadero Jesús ya andaba repartiendo los humildes regalitos para las niñas y los niños del pueblo.
Pero un día Isabelina nos leyó una carta donde le notificaban que su Niño Jesús había sido “robado”, yo me puse muy triste porque pensé que más nunca regresaría a traernos los regalitos. Salimos a buscarlo de casa a casa y me metía hasta los patios a ver si por ahí estaba escondido. Siempre pensé que al Niño Jesús le gustaba jugar a las escondidas como a mí y a mis hermanos. Finalmente apareció en la casa de los Ramírez y mira sí mucha gente anduvo preocupada por su desaparición, que cuando regresamos a la casa de la vieja Isabelina ¡no cabía un alma allá dentro! Ese día todos y todas besamos al Niño y cuando me tocó a mí, mi papá me cargó en sus brazos y yo lo besé en la frente y le pedí que más nunca se escondiera de esa manera ¡porque sino terminaría matándonos de un susto! Esa noche comimos muchos biscochos y chocolate que Isabelina nos había preparado para las niñas y los niños, mientras la gente grande celebraba con vino, ponche o miche.
Tiempo después Isabelina anunció que era momento de “Parar” al Niño y yo entendí que era como los bebés cuando aprenden a gatear, primero dentro de la casa (porque afuera hace mucho frío), después un buen día se paran y caminan persiguiendo a las gallinas por los cafetales. Yo pensé que el Niño Jesús también quería jugar con las gallinas y esconderse en el cafetal, sólo esperaba que mi mamá no lo encontrara desgranando las matas para que no pudieran regañarlo como a mí, porque él hacía que las cosas buenas crecieran en el patio como las flores, los frutos, hasta nosotros crecíamos sanos entre tantas necesidades. Ese día caminamos por todo el pueblo, fuimos montaña arriba y montaña abajo y, aún con aquel frío que nos entumecía los huesos, el calor de las velas encendidas hacía de todo aquello un espectáculo resplandeciente. A mí me asignaron una luz de véngala y me colocaron delante de la procesión para que fuera la Estrella de Belén. Todavía espero que llegue cada diciembre para que la viejita Isabelina toque la puerta y nos mande a las montañas, en búsqueda de flores para su pesebre.