
Como parte de la celebración de la Cruz de Mayo, publicamos a continuación un cuento del compañero Milton D´León sobre esta tradición en su país El Salvador, como parte de esta rica diversidad latinoamericana que al mismo tiempo nos hace compartir una compleja identidad y nos invita a seguir luchando por nuestras culturas populares:
Un cuentito breve.
Te lo cuento a ti, en esta mañana de mayo.
La única abuela que llegué a conocer, me decía: “Si el tres de mayo no se pone la cruz en el patio, o si alguien toma una fruta de la cruz sin antes persignarse, entonces el diablo va a llegar a bailar a la casa en la medianoche”. Entonces yo temía que el diablo llegara a mi cama, y recordaba que en años anteriores, cuando no cumplía lo encomendado, llegué sentir los pasos del diablo en el corredor de mi casa. Recuerdo de un año en que sentí su llegada, y me refugié en el lecho de mis padres para protegerme del lucifer. Todas esas cosas sentía en mi casa de corredores anchos, de salas inmensas y de patios engrandecidos. La historia trataba de la fiesta del día de la cruz, del tres de mayo, en el que alrededor de la cruz, en el patio, la llenábamos de frutas de la estación, de todo tipo de frutas, con las frutas de mayo. Mayo es un símbolo de flores y de frutas en mi pequeño rincón centroamericano. De chiquito me acostumbré a esta fiesta y le sentí la fuerza de mis contornos coloridos.
Recuerdo entonces mi ciudad de interior pueblerino, en la que teníamos una montaña, y en su cima una cruz, en la cual, el tres de mayo, todos subíamos con nuestras frutas de la época, y nuestras angelicales pasiones del alma, contentos después de haber atravesado un río, un río pasible de ser atravesado. Aquello era una alegría, todos corríamos hacia la montaña, después del mediodía, y hacia el día de la cruz. Hasta recuerdo que un día, al caer la noche, y después de volver de la montaña, me descompuse por haber abusado de las manzanillas, y también recuerdo de una planta que quise llevarme a casa pero que solo podía sentir su fuerza en lo alto de la montaña, y por tanto murió al tercer día de ser sembrada en mi casa.
El momento me evoca. La cruz que hacíamos en nuestro patio tenía que ser hecha de un árbol que tiene una corteza verde que se descascara como si estuviera mudando piel. Esa cruz la adornábamos con coloridas guirnaldas y banderines hechos de papel brillante, y por supuesto la infaltable fruta de temporada, como los frutos riquísimos que llamamos de coyoles, los suculentos mangos, los jocotes de invierno y la apetitosa papaya, entre tantas frutas de aquellos años estremecidos. Tal vez estas frutas te suenen extrañas. Y además, decirte que durante esta bonita fiesta se realizan celebraciones que incluyen procesiones, danzas, rezos y repartición de tamales, pan dulce y café, y por supuesto las apetitosas frutas.
A través de mi inocente mirada, recuerdo que en los pueblitos se ofrecía abundante y pintorescamente toda clase de adornos de papel, cruces de madera, arreglos hermosos de «flor de la cruz» en todos colores, cadenas de papel dorado y plateado y diversidad de frutas que en abundante cosecha el campo ofrecía, para brindarle a la gente como si fuera una vendimia pintoresca. Y de niño me postergaba frente a esa cruz, con mi inocencia de párvulo para rendir una reverencia, y tomar la fruta que más me apetecía, comerla gustosamente sin preocuparme de que el diablo pudiera llegar a bailar a mi casa en la medianoche.
En esas historias, la abuela me decía que se invocaba, para que el diablo no llegue a bailar a nuestras casas, la tradicional copla: “Vete de aquí Satanás/ que parte en mí no tendrás/ porque el día de la Cruz/ digo mil veces: ¡Jesús, Jesús, Jesús...!”, y así de fácil el diablo no debería de asomarse. En este tres de mayo, me he acordado de esta fiesta, que conocí en mi infancia inquieta, cuando llevaba múltiples frutas para poner al pie de la cruz que habíamos hecho en el patio, con mis calzoncitos cortos de color azul y guayabera blanca. Así, fue mi infancia llena de intensidades conmovidas. Y hoy cuando el recuerdo me ha venido, he querido decírtelo. Quise contártelo para que supieras como cuando de niño yo supe retener un sueño que nunca me supo abandonar. Es este sueño es el que me hecho al cantar.